La joya de El Greco

Fuente: FSSPX Actualidad

En este mes de noviembre abierto sobre la eternidad para aprender a ser santos, dejémonos fascinar por Cristo, modelo de toda santidad, a través de una obra maestra de la pintura del siglo XVI.

El arte sacro se ha esforzado al máximo por representar los rasgos de la Santa Faz. La Encarnación del Verbo de Dios, ese hecho histórico único que vio a Cristo habitar esta tierra, recorrerla durante 33 años, permite restituir su santa Humanidad, inseparable de su Persona divina.

Domínikos Theotokópoulos, conocido como El Greco (1541-1614), pintó en varias ocasiones la Cabeza de Cristo, un ejercicio que repetía, tratando de expresar el misterio de su Persona. El Museo de Arte McNay de San Antonio, Texas, tiene un cuadro que data del período en que el pintor estuvo en Madrid. La obra pictórica tiene todos los rasgos de un estudio o modelo para otras composiciones, como la que se encuentra en la galería Národní de Praga, más tardía y elaborada (hacia 1596). La obra que nos ocupa data de los primeros años de El Greco en España, mientras estuvo en Madrid, entre 1579 y 1586.

Esta cabeza de Cristo llama la atención por su belleza y su gravedad, como si el pintor quisiera invitarnos a contemplarla y a seguir su mirada. Los ojos son la mirada del alma. ¿Es Cristo en Getsemaní, donde el Señor ora con más fervor, mientras su alma está triste hasta la muerte? El rostro, los colores, la luz blanca y dorada que enmarca el rostro, la blancura del cuello, la boca ligeramente entreabierta, nada parece poder distraer a Cristo de su contemplación, de su oración de angustia y agonía, de su mirada hacia su Padre.

Como su cuerpo, el alma de Cristo también sufrió. Pero en su razón superior seguía saciada de Dios, "motivo de deleite y de alegría" (Santo Tomás de Aquino): Cristo, peregrino en esta tierra, gozaba perfectamente de la visión beatífica.

Todo en el retrato de Cristo de El Greco atrae nuestra mirada hacia Su mirada, que nos invita a buscar los bienes de lo Alto. Los ojos de Jesús están como fijos en el Cielo. La pupila está levantada, la esclerótica ensanchada e inundada de blancura; un rayo de luz vertical ilumina la ventana de su alma.

"Salí del Padre, y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28). La joya de El Greco es la mirada de Jesús acudiendo al Cielo para obtener fuerza y ​​consuelo.