San Ildefonso de Toledo: defensor de la virginidad de María

Fuente: FSSPX Actualidad

Murillo, Aparición de la Virgen a San Ildefonso de Toledo

Nacido en Toledo, hacia el año 607, de padres godos, primero fue monje y luego abad de la abadía de los Santos Cosme y Damián d’Agali, cerca de Toledo. Posteriormente, se convirtió en arzobispo de Toledo en 657. Murió en 667. Escribió una Defensa de la Virginidad Perpetua de María. Este escrito termina con una larga oración de la que incluimos aquí algunos pasajes.

Yo te ruego, Virgen santa, que hagas que reciba a Jesús, gracias al Espíritu Santo, por obra del cual tú has dado a luz a Jesús. Que mi alma posea a Jesús, gracias al Espíritu por el que tú concebiste al mismo Jesús. Que me sea dado conocer a Jesús por el Espíritu que te concedió poseer y dar a luz a Jesús. Que mi bajeza pueda decir las grandezas de Jesús, por el Espíritu, ante quien te reconoces la sierva del Señor, anhelando que suceda en ti según la palabra del ángel. Que yo ame a Jesús en el Espíritu en quien tú lo adoras como a tu Señor, y lo miras como a tu hijo. Que yo tenga el temor de Jesús tan verdaderamente como Él, que siendo Dios, estaba sujeto a sus padres.

¡El más bello honor a mi libertad! ¡El más magnífico título de nobleza! ¡La gloriosa y segura garantía de mi grandeza, que acabará en la gloria eterna! ¡En mi pobre tristeza, yo desearía llegar a ser, para mi reparación, el siervo de la Madre de mi Señor! ¡Separado en otro tiempo, en nuestro primer padre, de la comunión de los ángeles, desearía ser el servidor de la sierva y de la Madre de mi Creador!

Concédemelo, Jesús, Dios Hijo del hombre; dámelo, Señor de todas las cosas e Hijo de tu sierva; hazme esta gracia, Dios abajado en el hombre; permíteme, a mí, hombre elevado hasta Dios, creer en el alumbramiento de la Virgen, y estar lleno de fe en tu encarnación, y al hablar de la maternidad virginal tener la boca llena de tu alabanza, y al amar a tu Madre estar lleno de tu amor.

Haz que yo sirva a tu Madre de modo que me reconozcas Tú mismo por tu servidor; y que Ella sea mi soberana en la tierra de manera que Tú seas mi Señor por la eternidad. Mira con qué impaciencia deseo ser el servidor de esta Soberana, con qué fidelidad me entrego al gozo de su servidumbre. (...)

Comprendan, sabios de este mundo, que hace insensatos a los ojos de la sabiduría divina lo que los hace sabios a los ojos de su necedad. (…) Ustedes que no aceptan que María sea siempre virgen; (…) que oscurecen su gloria al rehusarle la incorruptibilidad de la carne, que no rinden honor a la Madre del Señor, a fin de rendir honor a Dios su Hijo. (…)

Para ser el servidor devoto de su propio Hijo, aspiro a llegar a ser el servidor de la Madre. Pues servir a la sierva, es también servir al Señor; lo que se le da a la Madre se refleja sobre el Hijo, yendo desde la Madre a Aquel que ella ha alimentado, y el Rey ve recaer sobre sí mismo el honor que hace el servidor a la Reina.

Bendiciendo con los ángeles, cantando mi alegría junto con las voces de los ángeles, exultando de gozo con los himnos angélicos, regocijándome con las aclamaciones de los ángeles, yo bendigo a mí Soberana, canto mi alegría a la que es la Madre de mi Señor, canto mi gozo con la que es la sierva de su Hijo. Yo me alegro con la que ha llegado a ser la Madre de mi Creador; con aquella en la que el Verbo se ha hecho carne.

Porque con Ella yo he creído lo que sabe Ella misma conmigo, porque he conocido que Ella es la Virgen Madre, la Virgen que dio a luz, porque yo sé que la concepción no le ha hecho perder nada de su virginidad, porque yo he aprendido que una inmutable virginidad precedió a su alumbramiento, porque tengo la certeza de que su Hijo le ha conservado la gloria de la virginidad, y todo ello me llena de amor, pues sé que todo esto ha sido hecho en mi beneficio.