Sudán: un año de guerra ha dejado al país sin seminario

Fuente: FSSPX Actualidad

La catedral San Mateo de Khartoum

Desde el 15 de abril de 2023, violentos enfrentamientos oponen al ejército sudanés comandado por el actual presidente de transición, el general Abdel Fattah al-Burhan, y a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo paramilitar liderado por el vicepresidente, el general Mohammed Hamdan Dagalo, también conocido con el seudónimo de Hemedti.

Tras la destitución de Omar al-Bashir, instalado en el poder mediante un golpe de Estado en 1989, los dos hombres derrocaron al gobierno establecido el 11 de abril de 2019. Pero se enemistaron por la integración de las fuerzas de seguridad en el ejército regular y la repartición de las riquezas: Sudán es el tercer productor de oro de África y Hemedti tiene minas de oro en el norte del país.

En abril de 2023 la situación cambió: la “guerra de los generales” estalló en un país ya debilitado. La población está en agonía y la pequeña comunidad cristiana se está reduciendo a la nada. Sin que ninguno de los beligerantes dé marcha atrás, el futuro parece sombrío. Las cifras oficiales muestran más de 13,900 muertos y 8.1 millones de personas desplazadas, incluidos alrededor de 1.8 millones fuera del país.

"Dada la intensidad de la guerra, muchos residentes se preguntan cómo ambos bandos pueden tener tantas armas después de un año de combates y, por tanto, quién las financia", declaró Kinga Schierstaedt, la coordinadora del proyecto para la organización de beneficencia católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) en Sudán.

La población muere de hambre en un conflicto olvidado. En cuanto a la Iglesia local, “antes de la guerra representaba el 5% de la población, pero era tolerada y podía gestionar algunos hospitales y escuelas, aunque no estaba autorizada a proclamar abiertamente la fe”, explica Kinga Schierstaedt.

La caída de Omar al-Bashir trajo algunas mejoras en términos de libertad religiosa y se abolieron los castigos establecidos en el código penal de la sharia. Fue entonces cuando ACN pudo financiar e importar un ordenador para la diócesis de El Obeid, algo que en años anteriores hubiera sido imposible, continúa Kinga Schierstaedt. Pero esta nueva libertad duró poco.

Aunque minoritaria, la Iglesia siempre ha sido un “refugio de paz” para la población y muchas personas se refugiaron en las iglesias al comienzo de la guerra. Hoy, este refugio está debilitado. Muchos misioneros y comunidades religiosas tuvieron que abandonar el país, parroquias, hospitales y escuelas cesaron sus actividades.

El seminario de Jartum tuvo que cerrar sus puertas. Afortunadamente, algunos seminaristas que lograron huir pudieron continuar su formación en la diócesis de Malakal, en el vecino país de Sudán del Sur. Monseñor Michael Didi, arzobispo de Jartum, se encontraba en Puerto Sudán, en la costa del Mar Rojo, cuando estalló la guerra y no pudo regresar a su ciudad.

Monseñor Tombe Trile, obispo de la diócesis de El Obeid, tuvo que mudarse a la catedral porque su casa quedó parcialmente destruida. Muchos cristianos han huido a pie o a través del Nilo y se han asentado en campos de refugiados donde la supervivencia es una lucha diaria. Hoy, la existencia misma de la Iglesia en Sudán está en entredicho.

Sin embargo, hay algunas luces en medio de la oscuridad. "Si bien es cierto que la guerra continúa, no puede sofocar la vida. ¡Dieciséis nuevos cristianos fueron bautizados en Puerto Sudán durante la Vigilia Pascual y 34 adultos fueron confirmados en Kosti!", dijo un testigo.

La Iglesia también sigue siendo muy activa en Sudán del Sur, ayudando a los refugiados de su vecino del norte y ayudando a los seminaristas sudaneses a continuar su formación, gracias al apoyo de ACN, entre otros. “La Iglesia de Sudán del Sur se está preparando para el futuro ayudando a los cristianos sudaneses a prepararse para la paz del mañana”, concluyó Kinga Schierstaedt.