La traición de los misioneros de las tierras amazónicas

Fuente: FSSPX Actualidad

Le P. Corrado Dalmonego

El Sínodo para la Amazonía fue la ocasión ideal para todo tipo de excesos, tanto en su preparación como en su desarrollo, a través de escandalosas manifestaciones "litúrgicas" y propuestas pastorales progresivas. ¿Cómo fue que se llegó hasta este punto?

Los desórdenes del Sínodo solo reflejan el estado del cristianismo en la Amazonía. La situación actual es el resultado de una profunda corrupción de las misiones que inició hace más de medio siglo.

Una mirada al pasado

En los siglos XVII y XVIII, los franciscanos y jesuitas llevaron a cabo una labor admirable en favor de la conversión de los pueblos amerindios, mediante el establecimiento de misiones religiosas, también llamadas reducciones. Al comprender que no era posible poner en contacto tan bruscamente a estos pueblos con Europa sin exponerlos a numerosos peligros, los misioneros establecieron aldeas cristianas que reproducían la forma de vida nativa, pero transfigurada por el catolicismo. Si acaso se puede emplear aquí el término inculturación, es en el mejor sentido de la palabra.

Desafortunadamente, la ambición de las potencias coloniales puso fin abruptamente a esta maravillosa labor. Las dolorosas circunstancias que rodean este trágico final podrían hacernos creer que la Iglesia tuvo una parte de la responsabilidad, lo cual es incorrecto. Este triste episodio dejó un recuerdo imborrable entre los jesuitas.

La Compañía de Jesús, especialmente a través de la labor del Padre De Smedt, renovó con éxito este tipo de evangelización en Norteamérica entre las tribus indígenas de Occidente. Sin embargo, tuvo un destino similar, debido al perjurio de las autoridades estadounidenses.

El nacimiento de la teología de la inculturación

En Lovaina, el Padre Pierre Charles (1883-1954), compañero del Padre Teilhard de Chardin, desarrolló una idea original sobre las misiones. Insistió en la necesidad de penetrar en las culturas de las poblaciones evangelizadas reconociéndoles un valor intrínseco. El Padre Charles allanó el camino para Joseph Masson (1908-1998), otro sacerdote jesuita que fue el primero en usar el término "inculturación" en 1962. Masson afirmaba que "la cultura occidental de ninguna manera es la única cultura cristiana posible", una propuesta que se comprende perfectamente.

En 1975, la XXXII Congregación General de Jesuitas estudió el término inculturación desde un ángulo teológico. El General de los jesuitas, Pedro Arrupe (1907-1991), lo presentó en 1977 al Sínodo de los obispos, que adoptó oficialmente este término en su documento final, Ad populum Dei nuntius. 

El Padre Arrupe proporcionó una definición del término el 14 de marzo de 1978 en su Carta sobre la inculturación: "La inculturación es la encarnación de la vida y el mensaje cristianos en un área cultural concreta, de modo que esta experiencia no solo se exprese con los elementos específicos de la cultura en cuestión, sino también que esta misma experiencia se transforme en un principio de inspiración, al mismo tiempo norma y fuerza de unificación, que transforma y reconstruye esta cultura". En esta fórmula existe un cierto peligro: el establecimiento de un catolicismo fraccionado por las culturas locales inaccesibles entre sí. El 7 de diciembre de 1990, Juan Pablo II retomó y popularizó el término en su carta encíclica Redemptoris Missio.

La implementación de la inculturación

En la práctica, los misioneros no esperaron para poner manos a la obra. Así, en 1952, un grupo de Hermanitas del Niño Jesús, congregación fundada por el Padre Charles de Foucauld, se instaló en una aldea tapirapé. En ese entonces, había 51 individuos pertenecientes a esta tribu descendientes de los tupinambáes, los feroces guerreros de la costa brasileña que practicaban el canibalismo. Las religiosas los ayudaron a conservar sus rituales tradicionales, basados ​​en el chamanismo, evitando cuidadosamente cualquier proselitismo, es decir, todo tipo de evangelización. Sin duda esto fue un éxito, al menos únicamente en el plano antropológico...

Durante la década de 1960, los misioneros jesuitas en la Amazonía implementaron una política de compromiso destinada a preservar las formas culturales y aislar a los grupos, evitando transmitirles una cultura extranjera. El Directorio Indígena de 1969 realza las culturas aborígenes y establece reglas que evolucionan progresivamente hacia el multiculturalismo.

Multiculturalismo e interculturalismo

Retomados por el Instrumentum laboris del Sínodo romano, los términos multi e interculturalismo son palabras clave para comprender bien los textos y su importancia. Según el razonamiento de los neo-misioneros, la cultura es un valor central e insuperable. En la opinión del Padre Paulo Suess, teólogo alemán e importante figura de la teología de la liberación y más particularmente de la teología de la inculturación, que participó en el Sínodo para la Amazonía, "todos los pueblos y todos los grupos sociales tienen un proyecto de vida histórico" codificado en sus respectivas culturas, que define su identidad y crea un "segundo entorno" (además del entorno físico) fuera del cual "no hay salvación". Esto significa que, fuera de la propia cultura, no hay nada que buscar. Una consecuencia de esto es que el papel del misionero entre los indígenas se redujo a acompañarlos en su lucha contra la hegemonía cultural de los pueblos imperialistas que los amenazan.

El Padre Suess continúa: "La única ruptura propuesta por el Evangelio, es la ruptura con la infidelidad a su propio proyecto de vida". Esto significa que la cultura de cada pueblo debe ser preservada celosamente entre los indígenas amazónicos, incluso si es pagana y tiene elementos moralmente malos, como el infanticidio. Esto no es una exageración. El Consejo Indigenista Misionero, que depende de la Conferencia Episcopal de Brasil, defiende la idea de que la cultura de los pueblos amazónicos, que en algunos casos incluye el infanticidio, es más importante que la vida de los niños sacrificados por este crimen.

En consecuencia, la evangelización en sí misma ha sido descartada en beneficio del apoyo a las comunidades y la promoción del diálogo intercultural. Un caso emblemático es el del Padre Corrado Dalmonego, un misionero antropólogo invitado como experto en el Sínodo para la Amazonía. Director de una Misión entre los indígenas yanomami de Brasil, el Padre Dalmonego ¡celebró públicamente el hecho de que ni un solo indígena ha sido bautizado en esta misión durante sus 53 años de presencia!

Estos falsos misioneros consideran el aspecto cultural como una especie de inmanencia, un valor interno que constituye la fuente suficiente para su salvación. Al hacer esto, encierran a los pueblos indígenas en una especie de zoológico amazónico, que presentan como una tierra virgen y hogar del buen salvaje, e incluso como un modelo para Occidente que debe salvar al planeta en peligro.

Esto es lo que Francisco dijo a los indígenas reunidos en Puerto Maldonado, Perú, el 19 de enero de 2018: "Nosotros, que no vivimos en estas tierras, necesitamos de su sabiduría y conocimiento para poder entrar en ellas, sin destruir el tesoro que rodea esta región, haciendo eco de las palabras del Señor a Moisés: "Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás, es tierra santa" (Éxodo 3: 5).

La evangelización ha dado paso a la liberación política

Si los pueblos indígenas de la Amazonía existen y defienden sus derechos hoy a nivel internacional, ciertamente es el resultado de la acción de estos misioneros modernos. El movimiento pan-indio, que reúne a 200 organizaciones indígenas, ha sido estructurado a través de la acción del Consejo Misionero Indígena (CIMI). Habría sido imposible que un puñado de pueblos repartidos a lo largo de vastas extensiones se congregaran y organizaran sin la intervención permanente de este organismo. Los neo-misioneros pusieron manos a la obra para que sus protegidos pudieran hacer frente a las fuerzas que amenazan su existencia y su territorio.

Su principal reclamo es devolver el territorio amazónico a los indígenas, bajo el control de una autoridad supranacional, como lo menciona la encíclica Laudato si' del Papa Francisco (en el n. 175).

La situación del catolicismo en la Amazonía es un ejemplo perfecto de lo que puede provocar una acción misionera deformada. ¿Qué queda en todo esto de la caridad divina a la que toda la actividad de la Iglesia está subordinada? ¿Dónde quedó la fe, la moral evangélica y las costumbres cristianas, que alcanzan la salvación eterna y forman la corona y la recompensa de los verdaderos misioneros? Hay desviaciones que se convierten en traiciones....