Hace cien años, el comunismo atacó a la Iglesia y al mundo

Fuente: FSSPX Actualidad

Vladimir Ilyich Ulyanov, mejor conocido como Lenin.

En marzo de 1917, Lenin vivía en Zúrich sumido en la pobreza. Era el líder exiliado de un pequeño partido extremista y revolucionario. Ocho meses después, en octubre de 1917, se convirtió en el jefe de Rusia, un país con una población de más de 160 millones de personas, en donde estableció uno de los peores regímenes que el mundo ha conocido.

Antes de regresar a Rusia, Vladimir Ilitch Oulianov vivía una vida mediocre en Zúrich, empleando su tiempo escribiendo artículos para diarios marxistas desconocidos y teniendo interminables debates en cafeterías.

Pero a mediados de la Primera Guerra Mundial, con la ayuda del gobierno del Káiser Guillermo II, Lenin viajó por tren a través de Alemania y Escandinavia para reingresar a  Rusia. Este viaje de ocho días, del 27 de marzo al 3 de abril de 1917, cambió el curso de la historia del mundo.

"Durante la guerra mundial se lanzaron millones de proyectiles destructivos", escribió Stefan Zweig en Le Wagon plombé, pero "ninguno voló tan lejos, ninguno jugó un papel tan importante en la historia reciente del mundo como el de este tren que partiendo de la frontera suiza cargado con los revolucionarios más peligrosos y decididos del siglo, cruzó toda Alemania para aterrizar en San Petersburgo, en donde hizo estallar el régimen reinante."

Cuando llegó a Petrogrado la noche del 16 de abril de 1917, era un hombre enclenque e inquieto; temía que el gobierno temporal, dirigido por el Príncipe Lvov, quien había estado en el poder desde la abdicación del Zar, lo arrestara por traición en cuanto descendiera del tren. Durante el viaje, escribió sus Tesis de Abril, promoviendo una revolución proletaria radical que no incluía la revolución de la clase media prevista por la teoría marxista.

Cuando el tren llegó a la estación de Petrogrado, Vladimir Ilitch descubrió estupefacto que la multitud ahí reunida no lo esperaba para arrestarlo, sino para aclamarlo. El partido Bolchevique había reunido cientos de militantes para celebrar el regreso de su líder. Había incluso una banda de música a su disposición para tocar la Marsellesa... 

Luego de la insurrección fallida de julio de 1917, Lenin era perseguido por la ley y por esa razón tuvo que huir. Finalmente reapareció la noche del 24 de octubre de 1917, en el Instituto Smolny. Estaba irreconocible - se había rasurado su legendaria barba - y había tenido que escabullirse entre la multitud para sermonear a sus camaradas.

El día siguiente, motivó a Vladimir Ilitch, pues en un ambiente general de agitación social, los Bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno, sede del gobierno temporal establecido luego de la abdicación de Nicolás II y la caída del régimen zarista en febrero de ese mismo año. Había llegado un nuevo día con la promesa de un mejor porvenir para Rusia y para el mundo entero... el primer Estado ateo en la historia del mundo demostraría ser el peor perseguidor de las religiones y el régimen totalitario más sanguinario y cruel.

La Iglesia condena el comunismo
 

La Iglesia condenó la doctrina del comunismo bajo el pontificado del Papa Pío XI en la encíclica Divini Redemptoris, el 19 de marzo de 1937, la cual calificó al comunismo de "intrínsecamente perverso". La revolución socialista fue denunciada como violenta y bárbara. El "peligro inminente" que amenazaba al mundo entero era el "comunismo ateo y bolchevique, cuyo objetivo es alterar el orden social y socavar los cimientos de la civilización cristiana." Esta "falsa idea mesiánica" explicada por Pío XI, está basada en los principios erróneos del "materialismo dialéctico e histórico anteriormente promovido por Marx," una doctrina en donde "sólo existe una realidad en el mundo, la materia, cuyas fuerzas ciegas evolucionan en plantas, animales y hombres."

En un sistema de este tipo, señala el Papa, "la sociedad humana no es más que un fenómeno y forma de la materia, que evoluciona en el mismo modo. Por una ley de necesidad inexorable y mediante un perpetuo conflicto de fuerzas, la materia se mueve hacia la síntesis final de una sociedad sin clases." La consecuencia de una doctrina así es que "no hay lugar para Dios; no hay diferencia entre materia y espíritu, entre alma y cuerpo; tampoco hay sobrevivencia del alma después de la muerte ni esperanza de una vida futura"; y es aquí donde radica la perversidad de este sistema que afirma regenerar a la humanidad.

Los regímenes marxistas-leninistas que fueron establecidos poco a poco - hasta 1991 en Rusia - convirtieron al comunismo en el totalitarismo más represivo y sanguinario de nuestros tiempos. Según el estudio realizado por el Libro Negro del Comunismo, los diversos intentos de la construcción del "nuevo hombre" fueron la causa de alrededor de 65 a 85 millones de muertes en todo el mundo.

El conteo soviético - aproximadamente 15 millones de muertos - fue tristemente superado por la China de Mao. El número de víctimas en el Imperio Medio se calcula entre 45 y 72 millones... Pero el récord a la intensidad homicida se lo llevan los Jemeres Rojos, quienes en menos de cuatro años, entre 1975 y 1979, eliminaron entre 1.3 y 2.3 millones de los 7.5 millones de camboyanos.

El comunismo Bolchevique asumió la forma de una auténtica "cruzada para el progreso de la humanidad", tal y como lo había comprendido claramente el Papa Pío XI. A medida que se esparcía, también lo hacían las masacres y el terror general, repitiendo una y otra vez con la misma lógica el mecanismo de todas las rebeliones contra Dios y contra el orden natural, una especie de continuación de la revolución francesa, madre y matriz de todas las revoluciones modernas.

El comunismo contra la fe católica
 

El comunismo, según explica la encíclica papal, "es por naturaleza anti-religioso. Considera a la religión como 'el opio de los pueblos' porque los principios de la religión que hablan de una vida más allá de la muerte, disuaden al proletariado del sueño de un paraíso soviético que pertenece a este mundo." Pero como "la ley de la naturaleza y su Autor no pueden ser burladas con impunidad," el paraíso soviético se impuso mediante el terrorismo y la esclavitud de millones de hombres, gracias a esta nueva religión del Partido.

Cien años después de la revolución Bolchevique, el régimen soviético ya no existe en Rusia, pero las estatuas de Vladimir Ilitch Oulianov, aunque ligeramente dañadas, siguen de pie en San Petersburgo. Su cuerpo momificado se sigue exhibiendo en la Plaza Roja, entronizado en un modo que recuerda el culto que tanto disfrutaba.

Aunque el imperio de los zares ha resucitado, el eco de las palabras de Nuestra Señora de Fátima continúa resonando con la misma importancia que antes: "Si hacen caso a mis peticiones (la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María y la comunión reparadora de los Primeros Sábados), Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por todo el mundo, causando guerras y persecuciones contra la Iglesia."