Benedicto XVI y su tambaleante defensa del celibato sacerdotal

Fuente: FSSPX Actualidad

El 15 de enero de 2020, tuvo lugar la mediatizada publicación del libro coescrito por Benedicto XVI y el cardenal Robert Sarah titulado "Desde lo Profundo de Nuestros Corazones" (ed. Fayard). La excesiva cobertura mediática no fue obra de los autores, sino de la sospechosa intervención de Monseñor Georg Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia y secretario personal del Papa emérito (ver nuestros artículos).

El libro, que se presenta como una defensa del celibato sacerdotal, consiste en una introducción y una conclusión firmada por los dos autores, y un texto personal de cada uno de ellos. Esta reseña se centra en el texto de Joseph Ratzinger.

Una grave desviación en la interpretación de la Biblia

La contribución del expapa se divide en dos partes. La primera busca "poner de manifiesto la estructura exegética fundamental que permite una correcta teología del sacerdocio". Esto con el objetivo de superar el "defecto metodológico en la recepción de la Escritura como Palabra de Dios", causa de la crisis actual del sacerdocio. La confesión es grave, si se toma en cuenta que proviene de un exprefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Sobre este tema, Benedicto XVI denuncia "el abandono de la interpretación cristológica del Antiguo Testamento" que "ha llevado a muchos exegetas contemporáneos a una teología deficiente del culto". Al grado de que "algunos han llegado incluso a rechazar la necesidad de un sacerdocio auténticamente cultual en la Nueva Alianza".

El Papa Emérito incluso hace su mea culpa en este punto, afirmando que, en una conferencia sobre el sacerdocio celebrada en el período inmediato posterior al Concilio, consideró que "debía presentar al sacerdote del Nuevo Testamento como alguien que medita en la Palabra, y no como un "artesano del culto". Para corregir esta grave desviación, Benedicto XVI defiende hoy una exégesis del Antiguo Testamento centrada en Cristo.

Una exégesis presa de su tiempo

El análisis de Benedicto XVI, bastante difícil de seguir, hace uso de consideraciones históricas sobre la relación entre los datos del Nuevo Testamento y el sacerdocio del Antiguo Testamento. Además, emplea el concepto de "ministerio" —designados por los términos de apóstol, obispo y sacerdote— que ha recibido mucha atención entre los teólogos modernos, siguiendo el ejemplo de los protestantes, y desde una supuesta perspectiva ecuménica.

Joseph Ratzinger describe el reemplazo del Templo por el cuerpo de Jesucristo, la institución de un nuevo culto durante la Última Cena y la formación de la jerarquía de la Nueva Alianza, que reemplaza al sacerdocio del Antiguo Pacto.

Sin embargo, señala el hecho de que el antiguo sacerdocio era hereditario, lo cual ya no es el caso del sacerdocio de Cristo que Él mismo transmitió a su Iglesia. Esto representa una primera dificultad que obliga a cada generación a orar para recibir de Dios las vocaciones que necesita la Iglesia.

Y, agrega con relevancia, "existe otra cuestión directamente relacionada con este problema. Muy rápidamente (...) la celebración regular e incluso diaria de la Eucaristía se volvió esencial para la Iglesia. (...) Esto tuvo una consecuencia importante que es justamente la que hoy atormenta a la Iglesia": el celibato eclesiástico.

El Papa Emérito señala acertadamente que "a los sacerdotes [de la Antigua Ley] se les exigía rigurosamente que respetaran la abstinencia sexual durante los períodos en que ejercían el culto y, por lo tanto, estaban en contacto con el misterio divino. La relación entre la abstinencia sexual y el culto divino estaba absolutamente clara en la conciencia común de Israel". Menciona también el famoso pasaje del primer Libro de Samuel donde el sumo sacerdote Ajimelek, una vez que se hubo cerciorado de que David y sus hombres cumplían con esta condición, acepta darles los panes consagrados como alimento. 

Pero los sacerdotes del Antiguo Testamento ejercían su sacerdocio solo por períodos. En consecuencia, "el matrimonio y el sacerdocio eran compatibles". Sin embargo, para los sacerdotes del Nuevo Testamento, que desempeñan su oficio diariamente, esto se vuelve imposible: "De la celebración diaria de la Eucaristía, que implica un estado permanente de servicio a Dios, surgió espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial".

Esta explicación, muy acertada, es oportuna. Posee una cierta fuerza a favor del celibato sacerdotal. Joseph Ratzinger precisa también que el celibato es tan antiguo como la Iglesia, porque "los hombres casados ​​no podían recibir el sacramento del Orden a menos que se comprometieran a respetar la abstinencia sexual". Esto ha sido demostrado por numerosos estudios.

La adoración en espíritu y en verdad

La segunda parte del estudio de Benedicto XVI está dedicada al análisis de tres textos bíblicos que ilustran los requisitos de la adoración "en espíritu y en verdad" (cf. Jn 4, 23-24). El autor presenta esta parte de la siguiente manera: "El acto de adoración en adelante implica una ofrenda de la totalidad de la vida en el amor. El sacerdocio de Jesucristo nos conduce a una vida que consiste en convertirnos uno con Él y en renunciar a todo lo que nos pertenece. Para los sacerdotes, este es el fundamento de la necesidad del celibato".

El primer texto está tomado del Salmo 15 (versículos 5 y 6) que, según recuerda Joseph Ratzinger, "se utilizaba antes del Concilio Vaticano II durante la ceremonia de tonsura que marcaba la entrada al clero". He aquí el texto: "Dominus pars hereditatis meae et calicis mei, tu es qui restitues hereditatem meam mihi", que todo sacerdote tradicional conoce de memoria. "El Señor es la porción de mi herencia y de mi cáliz; eres tú quien me devolverá mi herencia".

En la Antigua Ley, este salmo recordaba el hecho de que la tribu de Leví, de la cual provenían los sacerdotes, no gozaba de ninguna posesión territorial en la Tierra Prometida, a diferencia de los miembros de otras tribus. La razón es que estaba consagrada a Dios, dedicada al servicio del templo, y Dios mismo era su herencia. En la Nueva Ley, este versículo expresa la aceptación en la comunidad sacerdotal.

El segundo texto está tomado de la Oración Eucarística II del Novus Ordo Missae, pero en realidad es una cita del Deuteronomio, capítulos 10, 8 y 18, 5-8. La tribu de Leví debe "pararse delante de Dios y servirle". El Papa Emérito hace una larga explicación de esto aplicándolo al sacerdocio católico.

El tercer texto está tomado de la oración sacerdotal de Cristo, descrita en el capítulo 17 del Evangelio de San Juan. Joseph Ratzinger comenta particularmente el versículo 17: "Consagrarlos [santificarlos] en la verdad". En opinión de Benedicto XVI, estas palabras ilustran de manera particular el resultado de la ordenación sacerdotal: como Cristo es la Verdad, el sacerdote, por su ordenación, está inmerso en Jesucristo. Esto significa que el sacerdote debe hacerse uno con Cristo, que debe ser purificado e inundado por Él, "para que sea Él quien hable y actúe" en el sacerdote.

Una teología errónea del sacerdocio

En las circunstancias actuales, el Papa Ratzinger tiene el mérito y el valor de defender el celibato eclesiástico. Se opone a todos aquellos que quisieran eliminar esta disciplina que forma parte de la tradición apostólica y que está profundamente arraigada en el sacerdocio que Cristo transmitió.

Sin embargo, en la exposición de la primera parte, Benedicto XVI sigue dependiendo de un enfoque moderno, por no decir modernista.

Efectivamente, la teología del sacerdocio fue puesta de relieve admirablemente durante el Concilio de Trento a fin de derrotar al protestantismo que la atacaba. Pero los modernistas rechazan esta doctrina tridentina y, en nombre del ecumenismo, han desarrollado una nueva teología del sacerdocio y de la misa que fue sancionada por el Concilio Vaticano II.

El aspecto sacramental y el aspecto cultual, que son notas constitutivas del sacerdocio, se confían en adelante a todo el Pueblo de Dios, revestido del sacerdocio "común". Toda la Iglesia está a cargo de la evangelización, por lo tanto, el sacerdote debe ser considerado como un ministro de este Pueblo, y su función es representar a Cristo-Cabeza. Esta es la teología de la nueva misa.

Benedicto XVI se adhiere a esta teología, desarrollada y vivida por él mismo, la cual lo lleva a exponer afirmaciones muy lamentables. En consecuencia, se niega a considerar la Cruz de Jesús como un verdadero sacrificio y, por lo tanto, como un acto de culto. El Papa Emérito escribe: "La crucifixión de Jesús no es en sí misma un acto de culto". La razón que da es absurda: "Los soldados romanos que la ejecutaron no eran sacerdotes. Ejecutaron un asesinato, y no pensaban en lo absoluto en llevar a cabo un acto relacionado con el culto".

Esto es olvidarse precisamente de que es Cristo quien lleva a cabo, y solo Él, este acto de culto: Él es a la vez el Sumo Sacerdote de la Nueva Ley y la Víctima Divina, el único digno de ser aprobado por Dios. La propuesta de Benedicto XVI está incluida también en la condena del Concilio de Trento: "Si alguien dijera que el Sacrificio de la Misa es solo un sacrificio de alabanza y acción de gracias, o una simple conmemoración del sacrificio consumado en la Cruz (...), sea anatema" (sesión XXII, 17 de septiembre de 1562, Denzinger 1753). La muerte de Jesucristo en la Cruz fue un verdadero sacrificio. El sacrificio es el acto principal de culto debido a Dios. En la cruz, por lo tanto, hay una verdadera adoración, realizada solo por Cristo.

Otro canon afirma de manera similar: "Si alguien dijera que, por el Sacrificio de la Misa, se comete blasfemia contra el santísimo sacrificio que Cristo consumó en la cruz (...): sea anatema" (Dz 1754). Negar que la Cruz es un acto de culto es incomprensible.

Por otro lado, los modernistas afirman que el Nuevo Testamento atribuye el sacerdocio solo a Cristo o al Pueblo de los bautizados, pero nunca a sus ministros. De esta manera, afirman que este sacerdocio deriva del Pueblo sacerdotal, es decir, que es un ministerio del Pueblo de Dios.

El Papa Emérito se adhiere a esta falsa concepción. Después de describir el aspecto de culto de la Última Cena y negar el de la Cruz, escribe: "En todo esto, nunca se trata directamente del sacerdocio". Esto se opone nuevamente al santo Concilio de Trento que afirma: "Si alguno dijera que con las palabras: 'Haced esto en memoria mía' (1 Cor 11, 24-25) Cristo no instituyó sacerdotes a sus Apóstoles, o que no les ordenó que ellos y los otros sacerdotes ofrecieran su Cuerpo y su Sangre, sea anatema" (Dz 1752).

El sacerdocio católico

La noción del sacerdocio "común" que se desarrolló en el Concilio Vaticano II nos impide comprender la profundidad del sacerdocio católico. Basándose en un texto de Pío XII cuyo significado fue deformado (Lumen gentium, 21 de noviembre de 1964, n°10), el Concilio afirma la existencia de dos sacerdocios auténticos: el sacerdocio ordenado y el sacerdocio de los fieles, que dependerían cada uno a su manera del sacerdocio único de Cristo, el cual los representa a ambos.

Esta doctrina explica, por un lado, las solicitudes cada vez mayores de los laicos de participar en la liturgia, como lo demuestran actualmente los documentos de trabajo del camino sinodal alemán. También explica la crisis del sacerdocio y su tendencia al secularismo. Por lo tanto, no resulta sorprendente que el celibato sacerdotal ya no se comprenda, ni siquiera por los sacerdotes.

La contribución de Benedicto XVI al libro del cardenal Sarah, sin duda, proporciona explicaciones correctas al tratar de mostrar el vínculo intrínseco que existe entre el sacerdocio y el celibato. Pero no logra completamente su objetivo, debido a su apego a una doctrina errónea sobre el sacrificio, y, por lo tanto, sobre el sacerdote, verdadero sacrificador que no es más que otro Cristo: sacerdos alter Christus.