Los dones del Espíritu Santo (8): el don de temor

Fuente: FSSPX Actualidad

Mientras la Iglesia y sus hijos se preparan para celebrar la venida del Espíritu Santo en esta Vigilia de Pentecostés, FSSPX.Actualidad propone a sus lectores descubrir un poco mejor estos siete dones concedidos por la bondad de Dios a nuestra alma para santificarla. Después de meditar sobre los dones de inteligencia, sabiduría, ciencia, consejo, piedad y fortaleza, continuaremos con el don de temor.

Santo Tomás enseña que hay varios temores que no están relacionados con el don de temor. Dice en el Comentario a las Sentencias que esta diversidad proviene del hecho de que el temor se define como la “huida del mal”. Ahora bien, el mal es doble: el mal de culpa o pecado, y el mal de pena. Existe, pues, un doble temor: uno que huye especialmente del mal de la pena, y otro del mal de la culpa.

El temor mundano huye del mal del dolor, pero esto no se puede hacer sin cometer pecado: como negar la fe por miedo al tormento. Este miedo es humano y malo. El temor servil huye del castigo debido a la culpa, sobre todo el castigo eterno; al evitar cometer la falta, evita la pena que la castiga. Este temor es bueno y opuesto al temor mundano.

Por el temor filial el alma huye del pecado, no por la pena, sino para no ofender a Dios y separarse de él. Puede ser imperfecto si está mezclado con el miedo al castigo, y se llama miedo inicial. Es perfecto cuando la caridad ha alejado todo temor a la pena. El temor filial, reverencial y casto, solo teme ofender a Dios y seguirá subsistiendo en el Cielo.

Ni el temor mundano ni el servil son el don de temor: el don de temor solo puede ser temor filial porque se basa en la caridad, venera a Dios como Padre y teme la separación de Él por el pecado. Este miedo no difiere esencialmente del miedo inicial. El alma llena de temor filial sabe cuán grande es el pecado y ya no puede considerar bueno nada que haya sido creado.

El don de temor está vinculado, por un lado, a la virtud teologal de la esperanza y, por otro, a la templanza. La materia del don de temor, en lo que respecta a la templanza, es todo lo que necesita moderación. Porque el temor sobre todo retiene al alma, alejándola del mal.

Santo Tomás añade: "el don de temor considera ante todo a Dios, a quien evita ofender, y como tal corresponde a la virtud de la esperanza. Pero también se refiere a todas las cosas que hace el alma para evitar el pecado. Ahora bien, el hombre tiene particular necesidad del temor divino para huir de aquellas cosas que más le atraen y que son la materia de la templanza; por eso el don de temor corresponde también a la templanza".

Así, el temor tomado en toda su universalidad nos lleva primero a venerar a Dios y a someternos a Él, y a sumergirnos en nuestra pequeñez ante esta inmensa grandeza. En segundo lugar, nos lleva a huir del mal para no separarnos de Dios por el pecado. En tercer lugar, restringe y controla el alma, impidiendo así la expansión de la concupiscencia.

En resumen: el don de temor, por el objeto que venera y al que está sujeto, corresponde a la esperanza teologal y reprime la presunción que se le opone; pero en cuanto a la culpa u ofensa a Dios, que huye y evita, puede corresponder a cualquier virtud, porque conduce a la evitación de todo pecado. Sin embargo, por el efecto que produce en el alma corresponde especialmente a la templanza.

Un hermoso ejemplo de este don nos lo brinda Santa María Goretti, quien, animada por el temor de Dios, prefirió morir antes que ofenderlo.

El casto temor que lleva al alma a huir de todo mal que la separaría de Dios, y a someterse a Dios como a su grandeza soberana e infinita, hace desaparecer todo orgullo, y por ello le corresponde la bienaventuranza de los pobres de espíritu. El temor también reprime todo deleite exuberante de la carne, y produciendo tristeza corresponde a la bienaventuranza de los que lloran.

Juan de Santo Tomás, Los dones del Espíritu Santo