Sínodo 2024: hacia una Iglesia de dos velocidades

Fuente: FSSPX Actualidad

El cardenal Robert McElroy

Nuevos grupos de estudio, nuevos expertos, mayor sinergia entre la Curia y la secretaría del sínodo: el método que debería llevar al Sínodo sobre la Sinodalidad hacia su recta final ha experimentado algunos cambios recientes. Una consecuencia probable de la recepción de la declaración Fiducia Supplicans.

El Vaticano dio a conocer esta información durante el mes de febrero: la segunda sesión de la decimosexta asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos se reunirá el 2 de octubre de 2024 para una nueva serie de discusiones y debates previstos para una duración de tres semanas.

Uno de los objetivos es no reproducir el sentimiento de frustración experimentado por el ala progresista al cierre de la sesión de otoño de 2023. Si bien la asamblea había encarnado el reformismo deseado por el soberano pontífice, las diferencias de opinión eran demasiado fuertes.

Para disfrazar lo que debería haber parecido un fracaso, fue necesario elaborar un Informe de Síntesis que no contiene recomendaciones definitivas y deja muchos “puntos por resolver”. Fue entonces cuando tuvo lugar la publicación de “Fiducia Supplicans”, que concede a los sacerdotes la capacidad de bendecir uniones ilegítimas según la ley de la Iglesia.

Una secuencia que rápidamente resultó desastrosa. Los episcopados africanos –los más comprometidos contra Fiducia supplicans– obtuvieron finalmente una excepción para su continente, y las dudas de las Iglesias orientales adscritas a Roma fueron disipadas: el documento aprobado por el Santo Padre no les concierne…

Luego, las conferencias episcopales alemanas y belgas publicaron su agenda sinodal, pidiendo una revisión completa de la enseñanza tradicional de la Iglesia y su Constitución divina.

¿Y si, en última instancia, para evitar una implosión durante la próxima sesión del sínodo, se configura una forma de federalismo en la Iglesia universal, con enseñanzas y prácticas diametralmente opuestas de un continente a otro, con episcopados mantenidos por tenues vínculos de “comunión” con el sucesor de Pedro?

Esta cantinela se escuchó durante el discurso pronunciado el 16 de febrero de 2024 por el cardenal arzobispo de San Diego, monseñor Robert McElroy, un alto prelado muy “bergogliano” como lo describió el diario La Croix durante su elevación al cardenalato en 2022.

Evocando las diversas reacciones de sus colegas ante Fiducia supplicans, el cardenal, lejos de preocuparse, elogió los “caminos pastorales divergentes” como “modelos de una descentralización saludable”. Una descentralización que ya no afectaría solo al ejercicio del poder, sino también a la doctrina y a la moral cristianas.

Es en este contexto que la Santa Sede publicó, el 17 de febrero, los nombres de los seis nuevos consultores de la secretaría general del sínodo: no se designó ni un solo africano, y la elección parece haber recaído más bien en personalidades con una supuesta agenda progresista.

El mismo día, el Santo Padre firmó un quirógrafo estableciendo grupos de estudio entre los servicios de la Curia Romana y la secretaría del Sínodo, pidiendo a los diferentes Dicasterios una colaboración más estrecha para completar el trabajo sinodal que se parece cada vez más a la etapa denominada nigredo con la que los alquimistas medievales designaban la fase de separación y disolución de la sustancia necesaria para la realización de la Opus magnum (piedra filosofal).

La verdadera cuestión es saber hasta dónde se puede llevar esta alquimia sin causar un daño irreparable a la unidad de la Iglesia: es difícil ver al episcopado africano – como muchos otros obispos en el mundo – aceptar sin pestañear una descentralización de la fe y de la moral, que se parece más a un abandono en campo abierto.

Una cosa sigue siendo cierta: la Iglesia tiene promesas de vida eterna.