Los dones del Espíritu Santo (4): el don de ciencia

Fuente: FSSPX Actualidad

San Bruno, fundador de los cartujos

Mientras la Iglesia y sus hijos se preparan para celebrar la venida del Espíritu Santo en esta Vigilia de Pentecostés, FSSPX.Actualidad propone a sus lectores descubrir un poco mejor estos siete dones concedidos por la bondad de Dios a nuestra alma para santificarla. Después de meditar sobre los dones de inteligencia y sabiduría, continuaremos con el don de ciencia.

El don de ciencia debe considerarse primero en relación con la virtud intelectual del mismo nombre: la ciencia nos hace juzgar con evidencia por las causas y los efectos. Cuando este juicio tiene lugar por las causas inferiores y creadas, poseemos la ciencia en el sentido estricto de la palabra. Como vimos anteriormente, si se trata de las causas supremas y divinas, es sabiduría.

Santo Tomás enseña que “el don de ciencia concierne a las cosas humanas y a otras cosas creadas”. El don de ciencia no se limita a conocer solo la fe misma, como algo temporal en el alma del creyente, sino que se extiende a todo lo creado que puede ser conocido por la fe.

El don de ciencia es también un conocimiento místico y afectivo. En las Escrituras no se le llama ciencia, sino "espíritu de ciencia" y "ciencia de los santos", porque se encuentra solo en aquellos que tienen la gracia.

Se basa en una cierta moción del Espíritu Santo que guía la inteligencia, no mediante pura luz que manifiesta la verdad según lo que es exterior, como lo haría una ciencia infusa, dada por Dios, tal como Cristo la poseía, sino a través de una experiencia interior y como por una connaturalidad afectiva y sobrenatural.

Este don gusta y experimenta primero las realidades divinas, pero al mismo tiempo gusta y experimenta las criaturas. De esta manera, el alma se forma un juicio justo sobre ellas, que la lleva por una parte a conocer su pobreza y miseria, para no dejarse llevar por ellas en modo contrario al orden de la caridad, y por otra parte para amarlas en su justa medida, ordenándolas a Dios.

Como todos los dones, el don de ciencia participa estrechamente en la vida contemplativa: nos permite comprender la nada de las criaturas comparándolas con Dios. Así, Santo Tomás, durante su última enfermedad, en la misa, vio al mundo como envuelto por un rayo de luz y ya no quiso escribir nada más, porque todo lo que había escrito le parecía "como paja".

Este don, aunque se refiere principalmente a las cosas creadas, persiste –como todos los demás dones, como ya se ha dicho– en la patria celestial. Entonces actúa bajo la dependencia de la visión beatífica y participa del conocimiento de Dios fuera de esta visión: conocimiento llamado vespertino, en oposición a la visión, llamado matutino.

Juan de Santo Tomás, Los dones del Espíritu Santo