Archivo especial: “Traditionis custodes” (6)

Fuente: FSSPX Actualidad

En este período de crisis sin precedentes, ante este nuevo ataque a la Misa tridentina, conviene hacer referencia al sermón pronunciado por Monseñor Marcel Lefebvre, durante las ordenaciones sacerdotales del 29 de junio de 1982, en el seminario de Ecône. El fundador de la Fraternidad San Pío X establece allí un paralelo entre la Pasión de Cristo y la Pasión de su Iglesia en nuestro tiempo. Solo una mirada de fe permite permanecer de pie en las pruebas, como la Santísima Virgen María al pie de la Cruz: stabat Mater.

En algunas pocas palabras, quisiera intentar esclarecer un poco sus mentes sobre la que me parece debe ser nuestra línea de conducta en medio de estos acontecimientos tan dolorosos que suceden en la Iglesia. Me parece que se puede comparar esta Pasión que sufre hoy la Santa Iglesia con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. 

Recordemos como quedaron estupefactos los mismos Apóstoles al ver a Nuestro Señor maniatado, habiendo recibido de Judas el beso de la traición. Es conducido cubierto de púrpura, se burlan de Él, lo golpean, le cargan con la Cruz y los Apóstoles huyen. Los Apóstoles se escandalizan. ¡No es posible! No es posible que Aquel a quien Pedro proclamó: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios", sea reducido a esta indigencia, a esta humillación, a este escarnio. ¡No es posible! Y los Apóstoles huyen.

Solo la Virgen María con San Juan y algunas mujeres acompañan a Nuestro Señor y conservan la fe. No quieren abandonarlo. Saben que Nuestro Señor es verdaderamente Dios, pero saben también que es hombre. Y es precisamente esta unión de la divinidad con la humanidad de Nuestro Señor la que ha causado problemas extraordinarios, porque Nuestro Señor no solamente quiso ser hombre, sino que quiso ser un hombre como nosotros, con todas las consecuencias del pecado, pero sin el pecado, Con excepción del pecado, quiso sufrir todas sus consecuencias: el dolor, el cansancio, el sufrimiento, el hambre, la sed, la muerte. Incluso la muerte.

El escándalo de la Cruz

Sí, Nuestro Señor realizó esta cosa extraordinaria que escandalizó a los Apóstoles antes de escandalizar a muchos otros que se han separado de Nuestro Señor o no han creído en su divinidad. Durante el curso de la historia de la Iglesia, se ven esas almas que, sorprendidas por la debilidad de Nuestro Señor, no creyeron que Él era Dios.

Este es el caso de Arrio, quien dijo: "No, no es posible, este hombre no puede ser nuestro Dios. Sin duda, es una especie de superhombre; es el primogénito, pero no es Dios, puesto que Él ha dicho que era menos que su Padre, que su Padre era más grande que Él. Por tanto, es más pequeño que su Padre; entonces no es Dios".

Puesto que Él pronunció esas palabras tan sorprendentes: 'Mi alma está triste hasta la muerte'. ¿Cómo Aquel que tenía la visión beatifica, que veía a Dios en su alma humana, y que era entonces mucho más glorioso que enfermo, mucho más eterno que temporal, cuya alma ya estaba en la eternidad bienaventurada, sufre y dice: 'Mi alma esta triste hasta la muerte' (Mt 26, 38)? Y luego pronuncia esas palabras asombrosas que nosotros jamás hubiéramos imaginado en los labios de Nuestro Señor: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (Sal. 21, 2).

Pero ¿cómo Nuestro Señor, que es Dios mismo, puede decir eso?: '¿Por qué me has abandonado?' Entonces el escándalo, por desgracia, se extiende en medio de las almas débiles, y Arrio empuja a casi toda la Iglesia a decir: 'No, esta persona no es Dios'.

Otros, al contrario, reaccionarán y dirán: 'Puede ser que todo lo que Nuestro Señor soportó, esa sangre que fluye, esas heridas, esa Cruz, todo eso no sea más que fruto de la imaginación. Ciertamente, son hechos exteriores que sucedieron, pero no eran reales. Algo así como el Arcángel San Rafael cuando acompañó a Tobías y le dijo luego: 'Ustedes creían por cierto que yo comía y bebía con ustedes; más yo me sustento de un manjar invisible y de una bebida que no puede ser vista de los hombres' (Tob 12, 19).

El Arcángel San Rafael no tenía un cuerpo como el de Nuestro Señor Jesucristo, ni había nacido en el seno de una madre terrenal como Nuestro Señor Jesucristo nació de la Virgen María. 'Tal vez Nuestro Señor era un fenómeno como aquel otro, parecía comer pero no comía, parecía sufrir pero no sufría'. Estos fueron los que negaron la naturaleza humana de Nuestro Señor, los monofisitas y los monotelitas, que negaron la naturaleza humana y la voluntad humana de Nuestro Señor Jesucristo. Los que decían: 'todo era Dios en Él. Todo lo que pasó no fueron sino apariencias'. Vemos aquí las consecuencias de aquellos que se escandalizan de la realidad, de la Verdad.

Haré una comparación con la Iglesia de hoy. Ahora, nosotros estamos escandalizados, sí, verdaderamente escandalizados de la situación de la Iglesia. Pensábamos que la Iglesia era verdaderamente divina, que no podía equivocarse jamás, que nunca podía engañarnos. 

La Iglesia divina y humana

Sí, es verdad, la Iglesia es divina; la Iglesia no puede perder la Verdad; ella guardará siempre la Verdad eterna. Pero la Iglesia es humana también. ¡Es humana, y mucho más que Nuestro Señor Jesucristo! Nuestro Señor no podía pecar. Él era el Santo, el Justo por excelencia. La Iglesia, sí, es divina, y verdaderamente divina; nos brinda todas las cosas de Dios, particularmente la Santa Eucaristía, realidades eternas que no podrán cambiar jamás, que serán la gloria de nuestras almas en el Cielo... Sí, la Iglesia es divina, pero es humana. Se apoya en los hombres, que pueden ser pecadores, que son pecadores, y que, si bien participan en una cierta manera de la divinidad de la Iglesia, en una cierta medida, como el Papa, por ejemplo, por el carisma de la infalibilidad participa de la divinidad de la Iglesia y, sin embargo, sigue siendo hombre, sigue siendo pecador. Fuera del caso en que el Papa usa de su carisma de la infalibilidad, puede errar y puede pecar.

¿Por qué escandalizarnos y decir como algunos, a imagen de Arrio: 'No es Papa, eso no es un Papa'? Como decía Arrio: 'No es Dios, no puede ser. Nuestro Señor no puede ser Dios'. Nosotros estaríamos tentados también a decir: 'No es posible. No puede ser Papa haciendo lo que hace'.

O, al contrario, como otros que divinizan la Iglesia a tal punto que todo es perfecto en ella, y al ser todo perfecto en la Iglesia, no se debe hacer nada que pueda oponerse a lo que venga de Roma, porque todo es divino en Roma y debemos aceptar todo lo que viene de Roma. Los que actúan así son como aquellos que dicen que Nuestro Señor era todo Dios, y, por tanto, no era posible que sufriera, que no eran más que apariencias de sufrimientos, pero que en realidad no sufría, en realidad su Sangre no se derramó. Eran apariencias que estaban en los ojos de aquellos a su alrededor, pero no eran realidad.

Sucede lo mismo hoy con algunos que siguen diciendo: 'No, nada puede ser humano en la Iglesia, nada puede ser imperfecto en ella'. Estos se equivocan también. No siguen la realidad de las cosas. ¿Hasta dónde puede llegar la imperfección de la Iglesia? ¿Hasta dónde puede ascender, yo diría, el pecado en la Iglesia, en la inteligencia, en el alma, en el corazón y en la voluntad?

Los hechos nos lo demuestran. Así como yo les decía hace un momento, nosotros no habríamos jamás osado poner en los labios de Nuestro Señor estas palabras: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' Jamás nos hubiéramos atrevido a poner palabras como esas en sus labios. Del mismo modo, jamás habríamos pensado que el mal, el error, podrían penetrar así en el interior de la Iglesia.

¡Nosotros vivimos esta época! No podemos cerrar los ojos. Los hechos están delante, y no dependen de nosotros. Somos testigos de lo que sucede en la Iglesia, de aquello aterrador que ha sucedido después del Concilio, de estas ruinas que se acumulan día tras día, año tras año, en la Santa Iglesia. Mientras más avanzamos, más se expanden los errores y más fieles pierden la fe católica.

Una encuesta hecha recientemente en Francia reveló que prácticamente solo dos millones de católicos franceses son aun verdaderamente católicos.

Nos dirigimos hacia el fin. Todo el mundo caerá en la herejía. Todo el mundo caerá en el error, porque algunos clérigos, como decía San Pío X, se han introducido en el interior de la Iglesia y la han ocupado, propagando errores valiéndose de los puestos de autoridad que ocupan en la Iglesia.

Entonces, ¿estamos obligados a seguir el error, porque procede de la autoridad? No más de lo que deberíamos obedecer a padres indignos que nos pidieran hacer cosas indignas; así tampoco debemos obedecer a aquellos que nos piden abandonar nuestra fe y toda la Tradición. ¡Eso está fuera de discusión!

¡Sin duda, es un gran misterio! El gran misterio de la unión de la divinidad con la humanidad. La Iglesia es divina, la Iglesia es humana. ¿Hasta dónde los defectos de la humanidad pueden, yo diría, alcanzar la divinidad de la iglesia? Solo Dios lo sabe. Es un gran misterio.

Por amor a la Iglesia

Nosotros constatamos los hechos. Debemos ubicarnos delante de los hechos y jamás abandonar la Iglesia. La Iglesia católica y romana, no abandonarla jamás. Jamás abandonar al sucesor de Pedro, puesto que es a través de él que estamos ligados a Nuestro Señor Jesucristo. Por el obispo de Roma, sucesor de Pedro.

Pero, si por desgracia, arrastrado por no sé qué espíritu, formación o presión a la que sea sometido, si, por negligencia, él nos deja y nos arrastra hacia caminos que nos hacen perder la fe, nosotros no debemos seguirlo, reconociendo, sin embargo, que él es Pedro, y que si él habla con el carisma de la infalibilidad, nosotros debemos aceptarlo. Pero cuando no habla con este carisma, puede muy bien equivocarse. ¡Por desgracia, no es la primera vez que algo así sucede en la historia!

Puede ser que, a este nivel y a este grado, sea la primera vez que somos testigos de algo así en la historia. Estamos profundamente perturbados, profundamente mortificados, nosotros que amamos tanto la Santa iglesia, que la hemos venerado y que la veneramos siempre. Es exactamente por este motivo que este Seminario [de Ecône] existe, por amor a la Iglesia católica romana, ¡y que todos estos seminarios existen! Nosotros estamos profundamente mortificados en el amor a nuestra Madre, al pensar que sus servidores, por desgracia, ya no la sirven e incluso actúan en su contra.

Nosotros debemos rezar, debemos sacrificarnos, debemos permanecer como María al pie da la Cruz, no abandonar a Nuestro Señor Jesucristo, aun cuando parezca, como dicen las Escrituras: 'Como un leproso sobre la Cruz' (Is 53, 3 y ss). La Virgen María tenía la fe y veía detrás de esas llagas, detrás del corazón traspasado, ella veía a Dios, su divino Hijo.

Nosotros también, a través de las llagas de la Iglesia, a través de las dificultades, de la persecución que sufrimos, aun de parte de aquellos que tienen autoridad en la Iglesia, no abandonamos la Iglesia.

Amemos a nuestra Madre la Santa Iglesia; sirvámosla siempre a pesar de las autoridades si es necesario. A pesar de esas autoridades equivocadas que nos persiguen, continuemos nuestra senda, continuemos nuestro camino. Nosotros queremos mantener la Santa Iglesia católica y romana. Queremos continuarla y lo hacemos por el sacerdocio, por el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, por el verdadero sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, por los verdaderos sacramentos de Nuestro Señor Jesucristo, por su verdadero catecismo.

Por esta razón, queridos amigos, ustedes ven hoy: cómo yo mismo he sido ordenado, y cómo todos los hermanos que están aquí y cuentan con una cierta edad, han sido igualmente ordenados en la Santa Misa tradicional de siempre, ellos han recibido el poder de celebrar la Santa Misa y el Santo Sacrificio en este rito romano de siempre. Recuerden esto: yo fui ordenado en este rito y no quiero dejarlo; no quiero abandonarlo. Es la Misa en la cual fui ordenado y en la cual debo continuar viviendo. Es verdaderamente la Misa de la Iglesia católica romana.

Sean fieles a su Santo Sacrificio de la Misa que les da tantísimos consuelos, tantas alegrías, tanto sostén en sus dificultades, en sus pruebas. En las persecuciones que corren el riesgo de sufrir, encontrarán la fuerza de soportar con Nuestro Señor Jesucristo todas estas vejaciones; la encontrarán en el Santo Sacrificio de la Misa.

Dando verdaderamente a Nuestro Señor Jesucristo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad a los fieles, les darán también el valor de continuar siguiendo a la Iglesia en su Tradición, y de conformarse con todos los ejemplos de los santos que los precedieron, que nos precedieron. Todos los que han sido canonizados, beatificados, mostrados como ejemplo de santidad en la Santa Iglesia. Ellos continuarán siendo nuestros modelos.